Situada en un paisaje de suaves colinas al sur de México, la aldea de San Lorenzo alberga a medio centenar de familias de refugiados que huyeron de la guerra civil en Guatemala.
La Comisión Mexicana de Ayuda a los Refugiados (COMAR) calcula que más de 45 000 guatemaltecos buscaron refugio en México en la década de 1980, principalmente desde aldeas y cantones de las regiones de Huehuetenango y Quetzaltenango, en Guatemala.
Nicolás Gómez Domingo, un indígena de la etnia chuj, tenía 11 años cuando cruzó la frontera con sus padres y cuatro hermanos. Su esposa, Emilia Felipe José, una indígena acatenca, contaba solamente ocho años.
Aquellos fueron tiempos muy difíciles. Tiempos que ni Emilia ni Nicolás logran olvidar.
“Acampábamos en corralitos (después de huir). Algunos de nuestros parientes murieron porque fuimos atacados, incluso en el camino... Dormíamos en los árboles, bajo la lluvia”, recuerda Emilia, sin cesar de mover sus ojos oscuros, mirando de un lado a otro como si siguiera sintiendo el mismo miedo que debió sentir hace 35 años.
Los primeros años en México estuvieron llenos de incertidumbre, continúa narrando Nicolás.
“Primero nos quedamos en Santiago El Vértice. No sabíamos lo que iba a pasar, si nos íbamos a poder quedar. Esperábamos que la situación (en Guatemala) se resolviera para poder regresar. Pero no fue así. Crecimos en Santiago El Vértice, y luego nos mudamos a San Lorenzo”.
Aquí es donde se conocieron Emilia y Nicolás. Los dos eran refugiados, ambos aprendiendo a integrarse. Durante años, temieron que su forma tradicional de vestirse, su lenguaje, pudieran delatarlos. No querían ser descubiertos y devueltos a Guatemala.
De refugiados a prósperos agricultores
La situación sufrió un cambio cuando, en 2005, se les informó que podían participar en programas gubernamentales.
Con el apoyo del gobierno mexicano, la Diócesis de San Cristóbal y la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), las familias de Emilia y Nicolás, junto con otras 22 familias guatemaltecas, compraron 78 hectáreas de tierra.
Más tarde, en 2011, se unieron al “Proyecto de Seguridad Alimentaria Estratégica” (PESA), una iniciativa implementada por el gobierno mexicano con el apoyo de la FAO.
El proyecto tiene como objetivo el desarrollo de las comunidades rurales más pobres y marginadas de México. San Lorenzo se ajustaba a ambos criterios.
El proyecto permitió a Nicolás y Emilia comenzar a criar gallinas, cerdos, conejos y ovejas; cultivar frutas y hortalizas; y formar parte de cooperativas de agricultores para planificar y vender mejor sus productos.
“Nunca imaginé que trabajaría con otras mujeres (refugiadas). Nuestras vidas han cambiado (desde que participamos en el proyecto)”, explica Emilia.
Emilia y Nicolás realizan juntas la mayor parte de las tareas agrícolas. Pero ella se ocupa más de las gallinas y los cerdos, y cuida de los aguacates y los frijoles. Nicolás se levanta temprano en la mañana, a diario, para atender a los corderos y las vacas, antes de reunirse con su esposa y los demás en los campos de maíz y frijoles.
Los agricultores practican la agricultura de “milpa”, una forma de cultivo común en Mesoamérica, que implica intercalar diversas plantas, como maíz, frijoles y aguacates.
Su hijo mayor, Matías, que había emigrado a los Estados Unidos en busca de trabajo, regresó a casa una vez que comenzó el proyecto y se unió a sus padres.
“No hay más necesidad de marcharse a buscar trabajo. Podemos quedarnos y construir nuestro país”, afirma Matías.
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Fuente: FAO MÉXICO