En lo alto de Jauja - Junín, a más de 3.800 metros sobre el nivel del mar, Matilde Liz Chávez Vela cultiva con las manos lo que heredó con el alma: la papa nativa. Su cooperativa, INPAMI —cuyo nombre quechua significa “Alimentando al Mundo”— es mucho más que un emprendimiento agrícola, es una forma de vida que honra a sus ancestros y a la Pachamama. "Nosotros sembramos sin pesticidas, rotando los cultivos como lo hacían mis abuelos", cuenta, mientras comparte su ritual de pago a la tierra antes de cada cosecha.
Matilde no solo siembra papas pigmentadas de colores intensos; cultiva también respeto, tradición y orgullo. Junto a su hija, ha transmitido ese amor por la agricultura, buscando que las nuevas generaciones no pierdan el vínculo con la tierra. "Mis papas son como mis hijos, cada una con su nombre, su color y su espíritu. Las cuido, las abrazo, y cuando las cosecho, me siento viva", dice con la voz quebrada por la emoción.
Hoy, su anhelo es claro: contar con un local propio para procesar chips y harina de papa. “Ya tenemos las máquinas, nos falta el techo”, afirma. Lo que comenzó como una producción para autoconsumo, ahora busca llegar a más mesas y mercados, demostrando que el campo, cuando se dignifica, puede ser motor de desarrollo familiar y comunitario.
Abel Quilca Hualpa, presidente de la cooperativa CASICE, en Junín, también conoce el valor de sembrar en comunidad. Tras años en los que la agricultura parecía un camino sin retorno, decidió junto a otras familias organizarse y asumir un reto colectivo: transformar su esfuerzo en oportunidades reales. "Antes pensábamos en dejar la chacra, pero ahora sabemos que en la papa nativa está nuestro futuro. Como cooperativa, sembramos hasta 10 hectáreas y eso nos da para alimentar, educar y crecer. Hacemos rituales para agradecerle a la Pachamama antes de cada cosecha, porque esta tierra es sagrada", relata.
Con voz serena recuerda el momento en que todo cambió: una rueda de negocios organizada en Huancayo por Agromercado y la FAO. Allí conocieron a inversionistas, cadenas de supermercados y restaurantes interesados en sus papas nativas. “Gracias a FAO ahora estamos en conversaciones con los supermercados Plaza Vea, Metro y otros mercados. Fue un punto de quiebre. Nos dijeron: únanse, y lo hicimos. Este año ya estamos entregando papas nativas a la empresa Tiyapuy, gracias a un contrato que firmamos tras esa rueda de negocios. Es un paso enorme que nos llena de orgullo”.
Sueña con una planta propia de procesamiento y con ver a sus hijos administrando la cooperativa. “No queremos que dejen la tierra. Queremos que vuelvan, pero como profesionales. Que estudien y apliquen el conocimiento aquí, en nuestra comunidad. Así, el campo será el futuro que merecemos”.
Irineo Núñez Vargas, productor de la comunidad de Pomavilca e integrante de la Asociación Unión Pomavilca, sonríe con amplitud al hablar de sus papas nativas. “Es una emoción ver nuestra papa viajando por el mundo. Antes no era conocida, hoy está en snacks que llegan a otros países”, cuenta con alegría. La asociación, ubicada en Acobamba (Huancavelica), comenzó con un pequeño grupo de comuneros creyentes en el valor de su producto. Hoy, más de un centenar se suman al esfuerzo colectivo de abastecer a Tiyapuy, empresa con la que firmaron un contrato comercial gracias al proceso de articulación impulsado por Agromercado en el marco de la Iniciativa Mano de la Mano.
“Ya estamos entregando cuatro variedades de papa a la planta de Tiyapuy. Es un mercado justo, con precio estable, y eso nos permite planificar, invertir y crecer como comunidad”, señala. Irineo enfatiza que este vínculo no solo mejora sus ingresos, también les impulsa a mejorar la calidad y soñar en grande: “Queremos nuestra propia planta de acopio y selección. Por ahora, improvisamos en un pequeño local, pero estamos avanzando. Lo más valioso es que ahora sentimos que sí se puede, y que no estamos solos”. Su entusiasmo es contagioso, al igual que su convicción: “La papa nativa es orgullo del Perú. Y Tiyapuy, al apostar por ella, apuesta por todos nosotros”.
Una apuesta por el desarrollo de la mano con el campo
Las historias de Matilde, Abel e Irineo no son casos aislados. Representan un nuevo paradigma impulsado por la Iniciativa Mano de la mano, una estrategia de la FAO que busca acelerar el desarrollo rural sostenible y la transformación agrícola mediante inversiones de alto impacto en territorios vulnerables. Esta iniciativa pone al agricultor en el centro, reconociendo su rol no solo como productor, sino como actor clave en la erradicación de la pobreza y la seguridad alimentaria.
Gracias a su participación en ruedas de negocio promovidas en el marco de esta iniciativa, y con aliados como la empresa de snacks Tiyapuy, estos productores accedieron a compradores finales con negociaciones más justas para sus cultivos. Establecieron conexiones con supermercados, programas sociales y empresas privadas que valoran la calidad, el origen y el esfuerzo detrás de cada producto. El acompañamiento técnico ha permitido no solo mejorar la postcosecha o la presentación comercial, sino también fortalecer su autoestima, liderazgo y visión empresarial.
“Darnos la mano” no es solo un lema: es un punto de partida. Con la Iniciativa Mano de la mano, se están articulando inversiones estratégicas para ampliar estas historias de impacto. Hoy, se conectan actores —desde programas del Ministerio de Desarrollo Agrario y Riego (MIDAGRI), gobiernos regionales y locales, hasta cooperativas y empresas privadas como Tiyapuy— con un objetivo común: destrabar el potencial productivo de la papa nativa, mejorar el acceso a semillas de calidad e impulsar la agricultura familiar como eje de un futuro sostenible para todo el país.
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