Rehman produce okra (quimbombó), calabazas, melones y tomates en los dos invernaderos tipo túnel que construyó en el patio trasero de su casa en Aka Khel, localidad situada en una de las regiones con mayor inseguridad alimentaria de Pakistán. Con menos de un metro de ancho, estas estructuras ingeniosas y económicas son un tipo de invernadero de tecnología sencilla, con tubos de acero revestidos de plásticos y conducciones para el riego. La FAO le ayudó a instalarlos a principios de año y Rehman admite ahora que “suponen un alivio en un momento en que los mercados y los transportes no funcionan debido a la pandemia”.
Rehman es uno de los millones de personas en el mundo que han respondido de forma creativa para mitigar el impacto de la pandemia en la cadena de suministro alimentario, creando el riesgo de que los alimentos estén menos disponibles allí donde más se necesitan, debido tanto a los impedimentos logísticos como a la disminución de ingresos provocada por la emergencia sanitaria. En este escenario, las soluciones que acortan la cadena de suministro -incluida la agricultura vertical y urbana-, han adquirido una gran importancia.
A pesar de que los precios del trigo y el arroz -alimentos básicos para las familias pakistaníes-, subieron bruscamente en la provincia de Khyber Pakhtunkhwa por las restricciones de movilidad impuestas con la COVID-19, Rehman ha podido seguir alimentando a su familia. Gracias a los productos de su huerto, cuentan también con una dieta más diversificada. La FAO, en colaboración con la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), ayudó igualmente a 75 de los vecinos de Rehman a construir invernaderos tipo túnel, que permiten alargar las temporadas agrícolas, potenciar los rendimientos y aumentar la disponibilidad local de alimentos nutritivos frescos. Rehman asegura que sus plantas de tomate producen ahora de cinco a diez veces más que en campo abierto.
Cultivo vertical
Los huertos verticales y los microhuertos han adquirido de nuevo gran popularidad en los últimos años, que la pandemia de COVID-19 puede catalizar aún más. Los primeros suelen ser instalaciones urbanas de tecnología avanzada que permiten el cultivo de hortalizas en interiores o exteriores mediante la hidroponía, mientras que los segundos son pequeñas parcelas para cultivar que encajan en entornos urbanos. Ambas ofrecen oportunidades de buenos rendimientos para producir hortalizas de hoja verde y otros cultivos alimentarios de elevado valor.
Incluso los restaurantes están desarrollando un tipo de microhuerto también llamado “agricultura de precisión en interiores”, gracias a una empresa de Budapest, Tungsram, que fue la primera en patentar la bombilla moderna. Hoy en día esta histórica firma produce un armario con iluminación y temperaturas controladas por ordenador y un sistema hidropónico integrado que permite crear huertos interiores con un mínimo de mano de obra.
Las granjas verticales, por otro lado, son a menudo grandes explotaciones urbanas, alojadas en viejos almacenes o sótanos. En algunos casos pueden incluso replicar las condiciones necesarias para cultivar la mundialmente famosa albahaca de Italia o la preciada fresa Omakase de Japón
Pero la agricultura vertical no es sólo una tendencia en los países desarrollados. En Kibera -un área densamente poblada de Nairobi-, las familias utilizan huertos con sacos hechos con fibras de sisal local para cultivar cebollas y espinacas sin bloquear las callejuelas. En Kampala, los residentes apilan cajones de madera alrededor de una cámara de compostaje central y utilizan botellas de plástico viejas para un sistema de riego de goteo de precisión para cultivar coles.
En Dakar, la FAO ha ayudado a impulsar los microhuertos como estrategia de alimentación y nutrición para los hogares pobres vulnerables a la malnutrición. Hoy en día la ciudad -con la participación de miles de familias de clase media-, es líder en este programa, que se basa en estructuras de un m3 realizadas con fibra de coco para facilitar el cultivo sin tierra.
“Es ideal para cultivos hortícolas de ciclo corto y de gran valor, como los hongos y las especias”, explica Rémi Nono Womdim, Director Adjunto de la División de Producción y Protección Vegetal de la FAO.
Añade que la agricultura vertical ofrece una serie de beneficios adicionales en comparación con la agricultura a campo abierto, entre ellos la posibilidad de reducir el uso de agua, limitar la aplicación de plaguicidas y producir durante todo el año, obteniendo ingresos adicionales y un seguro contra las interrupciones temporales en el acceso habitual a los alimentos.
En El Cairo, los elaborados huertos que se encuentran en las azoteas de los edificios pueden reducir la temperatura ambiental en hasta siete grados centígrados.
Agricultura urbana: ciudades más verdes
Nono Womdim, defensor desde hace mucho tiempo de lograr ciudades más verdes y uno de los principales autores del emblemático informe de la FAO sobre los esfuerzos para lograrlo en ciudades de bajos ingresos, estima que más de 360 millones de residentes urbanos –sólo en África y América Latina– practican ya alguna forma de horticultura urbana o periurbana.
La baza está en reconocer sus esfuerzos con marcos normativos que les garanticen acceso a los insumos necesarios, incluida alguna forma de tenencia de la tierra, así como acceso a agua y energía.
Los huertos urbanos y las cadenas de suministro de alimentos más cortas subrayan además cómo la seguridad alimentaria depende del acceso a alimentos nutritivos, señala Nono Womdim. “Entre los beneficios adicionales –añade– se incluyen reducir el desperdicio de alimentos y minimizar el embalaje”.
Es posible que producir localmente no sea siempre la respuesta, pero como ha puesto de relieve la emergencia de la COVID-19, en tiempos de crisis, cada pequeño detalle ayuda a reducir la inseguridad alimentaria. Por esa misma lógica, la agricultura vertical de carácter rudimentario tiene mucho sentido en condiciones extremas y remotas. Existen argumentos aún más sólidos a favor de que los sistemas alimentarios puedan responder de manera innovadora a los desastres naturales, los conflictos o las tensiones crónicas que se prevé se intensifiquen con el cambio climático.
Por ello, la FAO insta a los responsables de la formulación de políticas a que faciliten unas cadenas de suministro más cortas como elemento que pueda añadir sostenibilidad, inclusión y valor nutricional a los muy eficientes sistemas de producción de carbohidratos esenciales del mundo.
En las tierras altas del Khyber, Rehman está de acuerdo. Ya ha instalado un invernadero de túnel adicional financiado por él mismo, y disfruta del cambio que supone pasar de alguien que siempre tenía que buscar ingresos extra para mantener a su familia, a alguien feliz por mantener a sus hijos en la escuela y a quien la gente de la zona pide asesoramiento. “Ahora estoy muy motivado”, asegura.
Fuente: FAO