Para desplazarse a Caspo o desde allí se puede ir en moto o a pie. Esos son los dos principales medios de transporte utilizados por los habitantes de este pequeño pueblo de montaña en la región centro-occidental de la República Bolivariana de Venezuela. Una pista de tierra que atraviesa las montañas es la única conexión entre esta remota comunidad agrícola y la siguiente población de mayor tamaño, Sanare, a unos 20 kilómetros. Aquí abundan las plantas de café, pero las casas están muy distantes.
Es en este pueblo del estado de Lara donde vive Eliana Alvarado, con su marido Pablo Márquez y sus dos hijos, Santiago, de siete años, y Moisés, de cuatro.
Eliana acaba de cumplir 30 años. Está cursando una carrera universitaria y aspira a ser maestra, pero ha trabajado en la agricultura desde que era joven.
“Pablo y yo cultivamos nuestra tierra para alimentar a nuestra familia. También vendemos parte de nuestra producción o hacemos trueques con los vecinos. Aquí en Caspo, llevamos mucho tiempo trabajando con el café, pero es un cultivo que solo produce una cosecha al año. Por eso también tenemos una pequeña parcela sembrada con otros cultivos”, explica.
Eliana y su familia solían depender de la venta de alimentos de su huerto y de los ingresos procedentes de la recolección de las cosechas de otras personas. Sin embargo, esto sólo cubría alrededor del 50 % de sus necesidades, y su familia dependía del Gobierno para el resto. Utilizaban todo su dinero solo para cubrir sus necesidades más básicas, sobre todo alimentos.
Aumentar la producción
Eliana forma parte de un grupo de 387 familias del estado de Lara beneficiarias de un proyecto de la FAO destinado a aumentar la producción de la agricultura familiar.
Esta iniciativa está financiada por la DG ECHO y promueve la resiliencia de las familias con dificultades para cubrir sus necesidades. El proyecto proporciona insumos agrícolas, como semillas y herramientas, y asistencia técnica para mejorar sus medios de vida y reforzar así la seguridad alimentaria y nutricional.
Era junio de 2019, y Eliana recuerda cómo llegaron por primera vez a su casa: “Una vecina me dijo que la FAO estaba visitando casas en Caspo. Entonces un técnico vino a mi finca para preguntar por las necesidades de la comunidad. Aproveché para decirle que lo que más necesitaba eran semillas. Nos gusta trabajar, pero siempre nos resulta muy difícil comprar las semillas”.
Y esa es una de las cosas que hizo la FAO: distribuir semillas de hortalizas. Algunas de las semillas, como las de los tomates, eran una novedad para la familia de Eliana, que no tenía experiencia en plantarlas, ya que esas semillas en particular “son muy caras y nunca habíamos podido comprarlas”, explica.
Diversificar la producción agrícola para incluir más hortalizas frescas y mejorar la dieta de las familias es un objetivo fundamental del proyecto, en especial en plena pandemia de la COVID-19, cuando los alimentos frescos son más difíciles de conseguir.
Con esta producción, Eliana ha encontrado no solo una actividad comercial que comparte con su marido, sino una forma de vida y una tradición que está transmitiendo a sus dos hijos.
Su amor por las plantas y la agricultura, explica, es algo que “inculcamos a nuestros hijos, día a día, para que aprendan que cultivando pueden alimentarse y vivir saludablemente. Les he enseñado a estar orgullosos del hecho de poder comer las hortalizas que cultivamos en nuestro propio huerto, y de que sean sanos y estén libres de plaguicidas y otras sustancias”.
Grandes desafíos
La República Bolivariana de Venezuela se enfrenta a una situación de creciente inseguridad alimentaria en medio de una prolongada emergencia económica. Además, Caspo ha experimentado un período de sequía prolongada desde 2016. Debido al efecto del fenómeno El Niño en la República Bolivariana de Venezuela, la producción de alimentos del estado Lara en la temporada agrícola de 2019 disminuyó aproximadamente un 45 %, principalmente debido a la falta de agua. Vino luego el brote de la COVID-19, en marzo de 2020. Esto ha dificultado aún más el acceso de las familias a los alimentos debido a las perturbaciones en la cadena de suministro alimentario local, la grave escasez de combustible y la creciente devaluación de la moneda nacional.
Los agricultores familiares de Caspo, incluso en sus remotas montañas, sienten el impacto en sus actividades cotidianas. “Nos resulta muy difícil conseguir fertilizantes, por lo que intentamos plantar cultivos económicos”, dice Eliana. “También tenemos el problema de la falta de agua”.
Consciente de los numerosos retos a los que se enfrentan las comunidades locales, la FAO proporciona también apoyo técnico para mejorar sus procesos de siembra y recolección. Asimismo, el proyecto de la FAO trabaja con la comunidad local y con expertos para promover mejores hábitos nutricionales, al tiempo que fortalece los medios de subsistencia y rescata los conocimientos agrícolas tradicionales de los campesinos venezolanos.
“Es una auténtica bendición que la FAO haya llegado aquí y quiera trabajar con nosotros en este proyecto, para que nosotros, como familias, podamos salir adelante en nuestro propio hogar y con nuestro propio esfuerzo”, concluye Eliana.
Tomado de: FAO