Daniel Murillo Licea y Jorge Martínez Ruiz
Proponemos en este artículo una reflexión acerca del papel que han desempeñado algunos proyectos o componentes de comunicación orientados a apoyar acciones, estrategias o programas que buscan elevar la eficiencia de la agricultura y la gestión del agua en México, en el caso del Instituto Mexicano de Tecnología del Agua, que albergó uno de los proyectos de comunicación para el desarrollo reconocido en el mundo, el caso del Programa de Desarrollo Rural Integrado del Trópico Húmedo (Proderith). Nos interesa, sobre todo, inquirir acerca de los alcances, las transformaciones y las limitaciones de la comunicación en el contexto institucional que priva en México en relación con el agua actualmente: hemos observado una decadencia en el enfoque de comunicación para el desarrollo a lo largo de tres décadas, pasando de una orientación hacia el desarrollo integral hasta terminar con una orientación instrumentalista en la aplicación de la comunicación para el desarrollo. Agregamos un recuento de los obstáculos enfrentados así como de las lecciones que se desprenden de la experiencia mexicana.
Contexto general para situar al lector en el caso específico
Una de las experiencias más trascendentes en materia de comunicación aplicada al sector hidroagrícola en México fue desarrollada en el Proderith, que fue conducido por la extinta Comisión del Plan Nacional Hidráulico (CPNH) y posteriormente por el Instituto Mexicano de Tecnología del Agua (IMTA[2]) entre 1975 y 1994. A partir de esta experiencia fue que comenzó la conformación de un grupo de expertos en comunicación rural que tuvieron su sede en el propio IMTA y que desarrollaron, con el tiempo, varios componentes de comunicación en proyectos de desarrollo rural en el país y que, en algunas ocasiones, llevaron a cabo consultorías específicas en otros países de la región latinoamericana.
El área de comunicación rural se incluyó en una coordinación meramente técnica, la relacionada con riego y drenaje, dentro de la estructura institucional del IMTA. Sin embargo, con el paso del tiempo y debido a la importancia de la comunicación rural que se insertó en el mencionado Proderith, en 1990 se formó un área de un segundo nivel de decisión en el IMTA (la Coordinación de Comunicación, Participación e Información) dedicada a las labores propias del trabajo exigido por el contexto nacional y por los programas específicos orientados al desarrollo rural.
De esta forma, el componente de comunicación y parte del Sistema de Comunicación Rural de Proderith que revisaremos más adelante, fueron incorporados y reconocidos institucionalmente no sólo con una función operativa, sino como parte de la estructura institucional. Este reconocimiento permitió que la experiencia de comunicación rural del Proderith pudiera ampliarse a otros contextos fuera del trópico húmedo y para ello hubo otra experiencia en el marco de las políticas y programas de modernización de la agricultura de riego impulsadas por la Comisión Nacional del Agua (Conagua)[3], con el apoyo de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación).
En ambos casos las acciones que se realizaron y las funciones que se cumplieron fueron integradas orgánicamente en un Sistema de Comunicación Rural (SCR) diseñado y conducido por el IMTA, que operó como tal hasta los años 1995 o 1996. Su objetivo consistió en procurar la apropiación social de información, conocimientos y habilidades que contribuyeran a la acción consensuada de los usuarios del agua en términos de un desarrollo sustentable.
Entre las líneas institucionales de política pública que incluyeron un componente de comunicación rural se pueden mencionar: Programa de Control de Malezas Acuáticas, Programa de Abasto de Agua Potable a Comunidades Indígenas de los Altos de Chiapas, Programa Agua Limpia, así como la difusión de la primera Ley de Aguas Nacionales. Asimismo se incluyó la formación de especialistas en comunicación y participación que se adscribieron a las instancias estatales y regionales del ente regulador de cuestiones del agua en México, la Conagua.
Dentro de la estructura institucional del IMTA, la Coordinación de Comunicación, Participación e Información se divide en cuatro ámbitos de trabajo: investigación social, comunicación y difusión, editorial y gráfica y el centro de conocimiento del agua. La segunda fue la que desarrolló los componentes de comunicación para diversos programas institucionales; en ella centraremos la atención, a través de una revisión que proponemos por décadas y el cambio de enfoques institucionales.
Servicios inclusivos de Comunicación rural: desarrollo de la iniciativa
La primera década: apuesta por el conocimiento
Hacia la década de 1970, el trópico húmedo representaba en México la más importante frontera agrícola; aproximadamente se calculaba una extensión de 8 millones de hectáreas. Los problemas prioritarios que afectaban su mejor aprovechamiento eran la ausencia de infraestructura hidroagrícola y la condición de marginación de las comunidades campesinas e indígenas asentadas en la región. Para atender esta zona, impulsar la producción y elevar los niveles de vida de los habitantes, fue que en 1978 dio inicio el Proderith, programa institucional que apoyó la factibilidad técnica y socioeconómica de proyectos de inversión para el desarrollo rural. En 650 mil hectáreas del golfo y del sureste de México (consideradas representativas de una superficie de 2.7 millones de hectáreas) se realizaron estudios de gran visión y estudios de factibilidad para proyectos intensivos (CPNH, 1985: 37 y ss.).
Al concluir la primera etapa, en 1984, se habían realizado seis proyectos en una superficie de 54 mil hectáreas, con un beneficio para 3,500 productores. Algunos indicadores de ello fue la organización social y participación activa de los productores, conformándose 950 grupos de campesinos para actividades de obtención de créditos, comercialización, producción y gestión y la constitución de 50 grupos de mujeres para la realización de promoción social y manejo de proyectos productivos para autoconsumo; para 1984 la cosecha de granos básicos se había duplicado comparándola con la del año 1979 (CPNH: 1985, 28 y ss.).
Buscando el desarrollo rural integral, el Proderith se conformaba de diversos componentes que se interrelacionaban, como por ejemplo los de infraestructura, investigación, asistencia técnica, crédito, organización y participación social, y el Sistema de Comunicación Rural (SCR). Todos estos componentes, en la primera etapa (1979-1985) atendían la necesidad de producir un cambio de mentalidad en ingenieros, técnicos, en productores y, sobre todo, producían nuevo conocimiento derivado del tradicional y del técnico en procesos que alguna vez fueron denominados como “transacciones científicas”[4].
El rasgo distintivo fue la incorporación del Componente de Comunicación Rural cuyo eje central se basaba en la apuesta por el conocimiento como un recurso que existe en la comunidad y que se enriquece con los aportes externos. Debido a ello, el SCR apuntaba hacia la participación social activa de las comunidades, basándose en el concepto de comunicación para el desarrollo, cuyo propósito era formar un patrimonio de conocimientos compartidos a través de intercambios de información, conocimiento y saberes que posibilitaran la cogestión de acciones de desarrollo social conjuntas y mutuamente validadas, estableciendo una conversación social en la que los sujetos protagónicos se relacionaran como pares sociales.
El objetivo primordial de este enfoque era facilitar la apropiación de información, conocimientos y habilidades mediante instrumentos, procesos y procedimientos localmente adecuados para producir interlocución social a fin de asegurar acciones concertadas tendientes a mejorar las condiciones presentes y futuras de vida en democracia y equidad, impulsando la participación social de las comunidades rurales.
El SCR se constituyó como una entidad mediadora que impulsó el análisis de problemas de las comunidades y grupos sociales y las alternativas de solución así como la manera de llevarlas a la práctica.
A través de una serie de metodologías y herramientas[5], el SCR impulsaba la convicción de la capacidad colectiva de pensar, lo que conllevaría a un incremento de la presencia de la razón y del diálogo en la sociedad, para sustentar una praxis transformadora. El conocimiento era uno de los motores sustanciales que impulsó el enfoque de comunicación en aquellos años y que permitió que hubiera un flujo bidireccional de informaciones entre los grupos campesinos y las instituciones que intervenían en los proyectos específicos en el trópico mexicano.
La segunda década: apuesta por la acción
En términos generales, durante la segunda etapa del Proderith (1986-1992) se consolidaron los avances tecnológicos y productivos, en la zona de expansión, que incluyó una superficie de 500 mil ha., cien mil dotadas de infraestructura. Fue en este periodo en el que sistemáticamente se llevaban a cabo tareas de evaluación de todos los componentes, con el fin de rectificar acciones y conocer algunos impactos preliminares. Podríamos decir que esta segunda etapa era, entonces, orientada hacia la acción, no sólo por las labores que acabamos de mencionar, sino porque el trabajo del SCR fue transferir sus funciones a grupos campesinos. Se trataba de entablar una metodología de “cascada”, en la que los propios campesinos fueran formando a más productores en diversos temas, tareas y actividades.
En la serie de evaluaciones realizadas en el periodo, se anotaban como logros la organización de 946 grupos productivos, 32,000 productores asesorados, 182,000 ha de superficie agrícola cubierta, atención fitozoosanitaria a 102,000 cabezas de ganado y a 232 módulos agropecuarios, creación de 48 Unidades Agrícolas Industriales para la Mujer y desarrollo de 187 proyectos productivos familiares (SARH-CPNH, 1985: 78). En esta etapa, según el Banco Mundial, los objetivos primordiales a cubrir fueron: “alivio de la pobreza, (...) la expansión del uso racional de las tierras bajas tropicales, (...) aumento de la producción y de la productividad; (...) el fortalecimiento de las instituciones agrícolas (World Bank, 1996: 3-4).
Como ya mencionamos en párrafos anteriores, en esta etapa del Proderith se trabajó en impulsar el desarrollo de grupos de campesinos que pudieran hacerse cargo de los medios, capacidades e instalaciones, con el fin de impulsar su autonomía e incrementar su nivel de autogestión. En el SCR se creó el concepto de subsedes de comunicación rural (o unidades regionales) y, también, unidades locales de comunicación que apoyarían a los comités de comunicación ya formados. El esquema planeado se basaba en dar a estos grupos campesinos asesoría permanente, para, con el paso del tiempo, ayudar al desarrollo de capacidades que permitieran a las comunidades campesinas tomar ellos mismos el control de las acciones de comunicación, de sus instrumentos y de las unidades locales y regionales.
Un instrumento para lograr el objetivo planteado fue el impulso a las Unidades de Cooperación Tecnológica (UCT), empresas privadas de grupos técnicos que brindaban asistencia técnica puntual a los productores: entre estos servicios de asesoría se encontraba el de comunicación rural. Las UCT funcionaron como Organizaciones No Gubernamentales y contaban con acceso a información tecnológicamente apropiada otorgada a través de IMTA y de la FAO (World Bank, 1996: 2). Este esquema parecía haber dado resultados importantes, al menos hasta la conclusión de la segunda etapa del Proderith (1992) y, dentro del planteamiento de una tercera etapa del Proderith, las UCT tenían tareas importantes de apoyo a la organización de grupos campesinos; pero esta tercera etapa no pudo organizarse y las labores de Proderith fueron incorporadas a la Conagua, a través de una oficina de distritos de temporal tecnificado o unidades de drenaje. Cuando el apoyo de recursos internacionales desapareció y la Conagua se hizo cargo, el efecto inmediato fue que la Conagua “se vio obligada a reducir su presupuesto para el trabajo de las UCT, y para 1995 la situación económica era tan seria que la CNA [Conagua] ni siquiera renovó sus contratos con las UCTs” (Fraser y Restrepo, 1996: 39).
En lo referente al SCR, éste dejó de existir como tal y el enfoque de comunicación para el desarrollo fue, por un lado, minimizado a la producción de videos y, por otro, fue intercambiado por la entrega de “productos” específicos, como número de reuniones realizadas con productores o número de videos producidos.
En el contexto nacional, en 1992 se reforma el artículo 27 constitucional, referente a la propiedad de tierras y aguas, lo que significó un cambio sustancial en el manejo del ejido y de la propiedad comunal. Ahora, con esta reforma, el ejido se puede enajenar y se impulsan formas de asociación entre campesinos e inversionistas privados. Uno de los efectos a largo plazo que ha producido esta reforma, junto con varios programas institucionales, como la transferencia de distritos de riego a los usuarios, entre otros, ha sido el deterioro del campo, su abandono y la disminución de la clase campesina.
La tercera década: apuesta por el mercado
Aproximadamente de 1996 a 2007, sin que podamos definir una frontera específica claramente marcada, los productos de comunicación del IMTA fueron menguando en cuanto a calidad e impacto. El SCR de Proderith dejó de funcionar (y también el sistema de comunicación en áreas de riego, que fue uno que desapareció más rápidamente) por varios factores: porque las instituciones dejaron de reconocer el papel de la comunicación y el acercamiento a los grupos campesinos como fundamentales; porque tampoco hubo el financiamiento necesario para incluir en proyectos y programas un enfoque de comunicación de esta naturaleza. Creemos que hubo un tercer factor: la incapacidad, por parte de los decisores, sobre reconocer la importancia del enfoque de comunicación para el desarrollo, los beneficios de mantener diálogos y fomentar la discusión, promoviendo el encuentro de conocimientos y de saberes y aprovechando la autogestión de las comunidades campesinas; y, por último, la falta de análisis real, también por parte de los decisores, sobre los impactos contundentes de los procesos en los que había intervenido un enfoque de comunicación para el desarrollo.
Uno de los problemas de contexto fue que la definición de políticas públicas se orientó, en esos años, a buscar la rentabilidad y el autofinanciamiento gubernamental, en lugar de hacer énfasis en las necesidades humanas verdaderas o en procesos de desarrollo de largo alcance. Un ejemplo de ello ha sido la búsqueda por incrementar las coberturas de agua potable para poblaciones urbanas y rurales. Las estadísticas nacionales reflejan un repunte en los servicios, pero nada indican sobre la calidad del agua que llega a las nuevas tuberías o si los habitantes de las viviendas recién conectadas tienen agua en cantidad suficiente o con servicio continuo (Murillo, 2012: 100).
Sin duda, la información y el conocimiento son susceptibles de ofrecerse a la venta y de hecho representan en la sociedad moderna dimensiones inconmensurables de capital; y no se trata de oponerse a ello ciegamente. Buena parte de la información y del conocimiento sobre el estado de las cuencas hidrológicas, por poner un ejemplo cercano a nuestro tema, se compra y se vende libremente. No es posible obtener nueva información y producir nuevo conocimiento sin recursos financieros, puesto que hacerlo tiene un costo específico, cuyo pago no se puede obviar. Sin embargo, independientemente de ello, para que los usuarios consigan una gestión integral y sustentable requieren que la información y el conocimiento estén socialmente disponibles. Es por medio de la comunicación sistemática que esa socialización puede lograrse. Esa es la comunicación que no puede venderse; más aún, por su propia naturaleza escapa del mercado.
Es preciso reconocer que con frecuencia los resultados alcanzados durante esta tercera década abordada aquí, en materia de comunicación aplicada al desarrollo sustentable, se restringieron al orden de lo instrumental, debido a la tendencia a privilegiar de manera mecánica las expectativas del cliente, es decir, de quien desembolsa el pago por los proyectos de comunicación. La comunicación no puede ser tratada como una mercancía destinada a satisfacer las exigencias particulares de un orden institucional vertical porque siempre se correrá el riesgo de atender lo arbitrario de una subjetividad o de una jerarquía cerrada, y no las necesidades que la sociedad tiene de que sus miembros se comuniquen entre sí.
Superar las limitaciones de una comunicación que se instala en la obtención de metas instrumentales tropieza no sólo con la subordinación clientelar; también enfrenta a menudo la incompetencia o la desidia del comunicador que prefiere la comodidad del menor esfuerzo –que significa ocuparse del número de mensajes producidos y cantidades de participantes en reuniones o talleres– a comprometerse con objetivos cualitativos y, además, de largo alcance. La comunicación social que exalta su venta puede conducir a difuminar las fronteras de la ética y, en el peor de los casos, a apoyar una visión no comprometida con la atención a problemas reales de la sociedad.
Fue durante esta tercera década que se buscaron opciones de salida en el IMTA al problema planteado líneas arriba, un problema demasiado pesado y con una fuerte carga contextual con las condiciones sociopolíticas en esos años. Un esfuerzo que no pudo desarrollarse ampliamente fue la búsqueda de impactos del SCR de Proderith y la evaluación social de experiencias de comunicación para el desarrollo, como una forma, además, de reflexionar acerca de la propia experiencia y el quehacer de la comunicación en el IMTA. Veinte años después de iniciada la experiencia de Proderith, mediante trabajo de campo en la zona de Oriente de Yucatán, se hizo una serie de entrevistas durante 1996-1997. En el segundo caso, Tesechoacán, Veracruz, se realizó una entrevista durante 2003. La pregunta esencial en estas investigaciones era conocer la percepción de campesinos en las dos zonas mencionadas sobre el papel de la comunicación en relación con sus propuestas y acciones de desarrollo y conocer lo que existía aún en materia de comunicación rural en estas dos zonas o sus posibles impactos.
Encontramos no impactos directos, pero sí lo que llamamos huellas de comunicación (Murillo, en prensa). Éstas aparecen bajo formas que reflejan las experiencias de la comunicación y que no siempre son visibles. O que desbordan el marco de la comunicación para entretejerse con la organización, la autogestión, la producción, la capacitación o la información. Y con la relación de Alter (campesinos) con Ego (instituciones gubernamentales) en un diálogo suspendido, como en el caso de los proyectos Proderith.
Sobra decir que estas investigaciones se desligaron del enfoque instrumental basado en materiales de comunicación y su recepción inmediata, o con la supervivencia de aparatos tecnológicos como equipos de grabación, registro de video o aparatos de sonido local.
Esta experiencia es, quizá, la única documentación de un impacto y una evaluación ex-post de dos proyectos del sistema de comunicación del Proderith, en voz de los actores sociales involucrados. Como mencionaban los campesinos de ambas zonas, si la semilla la sembró el Proderith, los productores y los habitantes conservan el sistema de trabajo: el análisis de la problemática, la búsqueda de opciones, el contacto con instancias gubernamentales, es decir, la gestión social de sus problemas.
Apuntemos como colofón a esta tercera década que no hubo una sistematización suficiente de proyectos de comunicación para el desarrollo, carencia que trató de cubrirse con los estudios mencionados. Tampoco existió una línea institucional ni recursos financieros que pudieran apoyar el conocimiento de los impactos y realizar evaluaciones del papel de la comunicación en proyectos de desarrollo rural y se privilegió un esquema instrumental que permitía cumplir “en tiempo y forma” con las metas institucionales de producción de audiovisuales y número de participantes en reuniones de comunicación rural. Es decir, se privilegió lo urgente sobre lo importante: el cumplimiento estadístico sobre la atención a problemas reales.
La actualidad: la apuesta por lo vacuo
En los últimos años (2007-2012), los trabajos de comunicación que ofrece el IMTA ya no se ostentan con una alta y reconocida calidad profesional en lo que hace a la factura de materiales e instrumentos. Las dimensiones cualitativas de los procesos de comunicación que se alientan, y que deberían estar objetivados en la comprensión y en la transformación consensuada de realidades sociopolíticas, ya no ocurren más u ocurren muy espaciadamente. Tal vez ello se deba a la dificultad de interactuar con escenarios sociales e institucionales complejos y contradictorios, los procesos de incertidumbre social, política, ambiental y económica, ante lo que resulta más operativo pero menos contundente: abordarlos con un privilegio de lo instrumental sobre lo plenamente sociocultural. Aunado a ello hay un creciente predominio de una lógica de mercado, que tiende a imponer un comportamiento clientelar en las estructuras administrativas y en las decisiones institucionales como premisa de supervivencia y de cotidiano actuar. Si no se logra desarrollar desde lo institucional una postura conceptual, una alternativa metodológica y una estrategia financiera para afrontar esa situación, haremos de la comunicación una simple mercancía, vinculable sólo a objetivos instrumentales; y estaremos renunciando a sus alcances más nobles y necesarios: los que hacen a la satisfacción de las necesidades humanas y al ejercicio pleno de la razón conjuntada con la ética.
En un planteamiento impecable de la formación de una cátedra UNESCO sobre agua y sociedad del conocimiento, el IMTA obtuvo el nombramiento, en 2008, para desarrollar dicha cátedra. El planteamiento inicial prometía mucho más de lo que devino la cátedra en los siguientes años. La cátedra apostaba por el conocimiento y por el diálogo, por la dimensión ética de la comunicación y por el uso de las tecnologías de información y comunicación como herramientas. Con el correr de los años el trabajo de la cátedra devino en realizar un seminario anual con temas del momento (cambio climático, gobernanza del agua, derecho humano al agua) sin mayores consecuencias ni discusiones que abonaran a un conocimiento verdadero. Por otro lado, la cátedra se vio disminuida a la instrumentalidad al crearse un portal (Atl-agua en idioma náhuatl) que fue la ventana principal de las actividades de la cátedra y que fue subsumido al simple instrumento tecnológico sin orientación clara ni contenidos coherentes; lo que fue creado como apoyo instrumental para la cátedra se convirtió en la cátedra misma. El problema no fue el planteamiento inicial, sino la política institucional para llevar a cabo acciones en el marco de esta cátedra.
No hubo productos ni resultados palpables, sino memorias de los seminarios que justificaban, al menos, tener actividades anuales y que pretendía poner ante la UNESCO la acción continua, como justificación para continuar formando parte de la red de cátedras UNESCO en el mundo. Lamentable fue la orientación de la cátedra, en las escasas reuniones para hablar de la orientación futura, basándose, de nuevo, en el concepto de economía del conocimiento.
En los últimos seminarios realizados (2011 y 2012), la operacionalización de la cátedra incluía la exclusión de los miembros de la misma y de los académicos y personal de organizaciones no gubernamentales (ONG) que eran críticos con los temas abordados. El gran potencial primero se veía menguado por una orientación hacia el mercado, hacia la vacuidad y hacia la eliminación de las opiniones diferenciadas, a la discusión y al diálogo. Los seminarios llegaron a convertirse en verdaderos monólogos de sordos y de ciegos en los que sobresalía el enfoque institucional de los temas tratados y el impulso de la comunicación orientada a generar conocimiento devino en la repetición de contenidos y homogeneización de las ideas[6]. Nada peor para eliminar un proceso real de diálogo y para convertir este potencial comunicativo en uno orientado hacia la comunicación social-institucional.
A la par de ello, la comunicación en el IMTA, reconocida antaño por la calidad de sus producciones audiovisuales y sus proyectos de comunicación, fue reducida a la producción de videos institucionales con dudosa calidad y con hambre de contenidos. El enfoque institucional reconocía la importancia de la comunicación, pero desde un punto de vista instrumental y completamente institucional. Se convirtió en impulsor de la figuras institucionales, en lugar de hacerlo con las actividades y proyectos del IMTA en su conjunto, o de orientar la comunicación hacia públicos específicos (sectores de la sociedad, campesinos e indígenas) con el argumento falaz de que la sociedad en general se veía beneficiada del conocimiento realizado e impulsado desde el IMTA. Justificación que no satisfacía a nadie y que permitió que el enfoque de comunicación para el desarrollo se viera en franca decadencia. Aún en proyectos de desarrollo, las actividades del grupo que había impulsado proyectos de comunicación en el pasado, se vieron mermadas, excluidas literalmente y sustituidas por empresas de contratación externa cuya especialización se encontraba en la producción de materiales, mas no en la creación de contenidos. Los videodocumentales —salvo excepciones— se transformaron en productos de comunicación social y sólo a contracorriente se llegaron a producir otro tipo de materiales de comunicación, bordeando las implícitas políticas institucionales. La comunicación para el desarrollo había sido dejada de lado y olvidada. Se había transformado en tema primitivo en una nueva institucionalidad orientada hacia la competencia y la innovación.
Lecciones aprendidas y desafíos
De cómo sobrevivir a pesar de las instituciones
Los trabajos de comunicación rural del IMTA no alcanzaron autosustentabilidad en ninguna escala. Una vez que los recursos del proyecto FAO se agotaron el Gobierno mexicano fue incapaz de seguir sosteniendo la experiencia. Fracasó la estrategia seguida consistente en descentralizar y transferir el SCR a los campesinos en consonancia con la infraestructura que se construyó. Aunque hubo un intenso esfuerzo el SCR, tanto en su sede central como en las subsedes involucionó hasta reducirse a un mero apoyo audiovisual para algunas actividades de extensión agropecuaria o a áreas dedicadas a la divulgación científica convencional. Un factor importante a tomar en cuenta para lograr la sustentabilidad es el de lograr alianzas, tanto con grupos campesinos organizados, como con ONG, universidades y otras instancias sociales y no centrar el enfoque de comunicación para el desarrollo en un solo foco o una institución. Ello permitiría que, si dicho foco deja de existir o el contexto lo modifica sustancialmente, el enfoque propio de comunicación no se pierda tan fácilmente. Estas alianzas podrían ser en instancias nacionales, regionales y, por supuesto, locales. Por supuesto, los temas aliados de este enfoque de comunicación deberían ser tomados como grandes líneas de acción (alimentación, salud, productividad, conservacionismo, organización comunitaria, por ejemplo) y no como programas enfocados y aislados: evitaríamos, así, que cuando concluya un programa toda acción se detenga.
La orientación de las políticas públicas mexicanas de desarrollo rural cambió de manera radical: de un enfoque campesinista con un Estado benefactor impulsor de la reforma agraria, del reparto de tierras y del desarrollo del agro, se convirtió hacia el neoliberalismo que permitió, por ejemplo, la enajenación de tierras ejidales. Ello conllevó a una desestructuración socioeconómica que benefició a grandes productores y que llevó al abandono y a la ruina a los pequeños productores campesinos, en México llamados ejidatarios y a la consecuente quiebra del mercado interno. Gran parte de los esfuerzos que se habían realizado en el SCR para áreas de riego habían sido para unos cuantos agricultores empresariales. El Proderith y con él el SCR se habían tornado disfuncionales.
El avance tecnológico fue otro factor importante. Sólo en el SCR orientado hacia las áreas de riego se pudo crear una Unidad de Información Tecnológica, aprovechando la, entonces, nueva tecnología, la Internet. El uso generalizado de las Tecnologías de Información y de Comunicación (TIC) creó la ilusión de que cualquier persona que tuviera una cámara de video, un mínimo de conocimientos de diseño gráfico o el acceso a la Internet, se convertía, de facto, en comunicador. Y no sólo eso, sino que, al perder el enfoque conceptual de la comunicación para el desarrollo, se exacerbó la utilización de la comunicación como simple herramienta, mediante materiales producidos con dudosa planificación, cuestionable calidad y contenidos vacuos. Ello se debió, en parte, a enfoques institucionales verticales y políticas orientadas hacia el mercado (algunas instituciones debían buscar fondos de terceros para realizar proyectos, pero que, de una u otra forma, les daban a estos últimos un beneficio y se dejó de lado el asistencialismo); por otro lado, los grupos de comunicadores para el desarrollo fueron desmantelados y reemplazados por nuevo personal sin una orientación social (un problema común en México, ya que los estudiantes de comunicación suelen orientarse a trabajar en los medios, es decir, se privilegia la tecnología sobre los resultados y sobre el diálogo), no hubo inversión en equipamiento ni en infraestructura de comunicación, no hubo énfasis en formar cuadros nuevos con el enfoque orientado hacia el desarrollo.
La otra causa de la extinción del SCR fue la subsunción de la comunicación por el mercado. Cuando se trató de convertir a la comunicación en una vulgar mercancía al servicio del postor que tuviese dinero para pagarla, todo su sentido se perdió y los primeros perdedores fueron los campesinos pobres. A ello nos referimos durante el Congreso Mundial de Comunicación para el Desarrollo, en los siguientes términos:
La comunicación no puede ser tratada como una vulgar mercancía destinada a satisfacer las exigencias particulares de un individuo o de un orden institucional vertical, aunque éstos ocupen circunstancialmente el puesto de un alto funcionario público o encabecen una acción intersectorial que persigue un bien común, porque siempre se correrá el riesgo de atender lo arbitrario de una subjetividad o de una jerarquía cerrada, y no las necesidades que la sociedad tiene de que sus miembros se comuniquen entre sí. (…) La comunicación subsumida a los intereses de Ego, cualquiera que éste sea, es un desperdicio de recursos. La comunicación social que exalta su venta no sólo es inútil, puede conducir a perder el sentido ético. (Martínez et alii, 2006: 14)
Desde la filosofía de la comunicación para el desarrollo es posible el reconocimiento y la diferenciación entre información, comunicación y conocimiento, así como de la distinción entre lo instrumental, los mensajes, los medios, los efectos, los receptores, los propósitos, orientaciones y consecuencias de la comunicación. Todo ello se amalgama en los materiales hechos actualmente en el IMTA y se pierden, por completo, las dimensiones y los propósitos de la comunicación. Partir de la competencia para hacer estas diferencias y estas distinciones es metódicamente imprescindible. Es cada vez más común y frecuente confundir la fabricación de materiales y su aplicación por cualquier medio grupal o masivo con la comunicación misma. Por ejemplo, un determinado número de programas de video o de radio producidos y transmitidos, así como una cierta cantidad de receptores de los mensajes en cuestión, pueden o no asociarse con un proceso exitoso de comunicación. El éxito, es obvio, no depende de la cantidad de mensajes y de receptores, a menos que el propósito consista en tan sólo exponer a una cierta audiencia a un determinado número de mensajes, estrategia asociada de varios modos al convencimiento, a la propaganda y, a veces, a la manipulación. En el fondo de tal estrategia puede subyacer un problema ético y teórico bien planteado por la Escuela de Madrid:
La Teoría de la Comunicación, en tanto mantenga su dignidad científica, no puede compartir los fines instrumentales de ego porque esa complicidad degradaría su estatus científico, al nivel de una técnica de promoción de venta, un útil de manipulación electoral, o de un modelo de domesticación de los hombres (Serrano, 1991).
Es precisamente en contrapartida a estos enfoques de domesticación que el enfoque de comunicación para el desarrollo alienta el conocimiento y el diálogo de saberes. El elemento, en todo caso, que hace falta, es la ética comunicativa.
No obstante carecer de evaluaciones cualitativas sistemáticas, lo que nos interesa destacar es la expectativa que las instituciones públicas del sector agua en México tienden a aplicar una determinada estrategia de comunicación referida a lograr que se constituya una base social que asuma las políticas que se han desarrollado desde el foco institucional, y ello implica, desde el punto de vista teórico, al menos dos dimensiones: el convencimiento y el consenso. El convencimiento y la influencia en los destinatarios, sin importar los procedimientos para alcanzar tal propósito son dos elementos que influyen de manera sustancial en las políticas de comunicación institucional en la actualidad, en un enfoque orientado, si es que hay conocimiento de tal enfoque, más allegado al de Berlo (1987). En contrapartida, se puede impulsar una acción comunicativa (Habermas, 1993) en donde se excluye cualquier procedimiento que manipulen las voluntades y al contrario, incluir el diálogo para acrecentar los procesos de razón y pensamiento de los actores involucrados.
Los profesionales de la comunicación conocemos bien ambos enfoques y sabemos de antemano que el de comunicación institucional que apela al convencimiento por cualquier medio también es uno emparentado con la limitación de procesar mensajes por solicitud expresa, mediante estrategias orientadas a producir efectos directos y buscados que satisfacen las necesidades de Ego –las instituciones- pero no las de Alter –los grupos campesinos.
La otra dimensión que el comunicador pudiera buscar, y nos parece es la adecuada para procesos de desarrollo, es la de asumir el papel de actor dinámico en procesos de largo aliento y en reconocer que la comunicación para el desarrollo pueda producir hechos sociales y “vecciones” (Marín y Funes, 1988), para construir en conjunto, para lograr un consenso orientado hacia la sustentabilidad y el conocimiento, el diálogo y la razón. Tal vez un camino, para lograr una sustentabilidad del enfoque, sería hacer alianzas con grupos campesinos formales y organizados, o con ONG que laboran en ciertas regiones y cuyo trabajo es continuo. Pero el papel de la comunicación para el desarrollo también sería encontrar puentes entre las dimensiones sociales, productivas, económicas, políticas y de incidencia en la formulación de política pública.
En la práctica cotidiana, el comunicador no adopta mecánicamente el punto de vista de una institución que ha solicitado su intervención y puede incorporar en el enfoque comunicativo herramientas y orientaciones hacia comprender los problemas reales, incorporar las diferentes opiniones, aprehender, interrogar, significar a todos los interlocutores de los procesos. El comunicador sabe, más allá de las directrices institucionales, que la propia institución puede estar satisfecha cuando recibe la respuesta que esperaba escuchar, o la acción definida que propuso. Y también el comunicador sabe que cualquier movimiento, acción, discurso que tienda a tomar otra dirección se puede considerar como disfuncional. Un enfoque comunicacional vacuo soslayará factores decisivos como los acuerdos a través del diálogo y la negociación; la producción de conocimiento compartido; las concertaciones y los intereses de los diversos grupos de poder.
Desconocer esos factores suele colocar al proceso comunicativo semejante al de la acción mecanicista, a una instrumentación per se. Todavía más allá, si este tipo de comunicación se orienta a la concreción de políticas públicas verticales, que abonan a la supervivencia de las propias instituciones y no a la trascendencia de la creación de nuevas formas de relación con la sociedad, en aras de impulsar acciones renovadas y renovadoras.
Una de esas formas de relación se crea a través del diálogo y de la reflexión. Una de esas formas es el reconocimiento de los sujetos de desarrollo –los campesinos- en un papel igualitario, de entes comunicantes, de pares en un diálogo como interlocutores legítimos. Sólo de esa forma las instituciones estarán creando procesos —más allá de la sola aplicación de políticas públicas— que se enfoquen hacia la resolución de problemas reales, a la atención de necesidades humanas, al desarrollo de las comunidades campesinas, al florecimiento humano y a la visión a futuro. En términos generales, orientar los procesos hacia la sustentabilidad, hacia impactos verdaderos, no hacia la inmediatez, orientar los procesos hacia la acción y no hacia la apariencia.
El camino de las instituciones para plantear enfoques de comunicación para el desarrollo debe basarse en la acción renovadora, en la sustentabilidad, en el diálogo, en procesos de ajuste según las condiciones sociales y en la corresponsabilidad, basándose, sobre todo, en criterios de justicia y de ética social.
[1]Algunas de las observaciones plasmadas en este trabajo han sido retomadas del artículo “¿Hacemos de la comunicación una mercancía?”, presentado en el Congreso Mundial de la Comunicación para el Desarrollo, 2006; por lo mismo, agradecemos a José Luis Martínez Ruiz, Pablo Chávez Hernández y Gemma Millán Malo, coautores en aquel trabajo.
[2] El IMTA es un Centro Público de Investigación perteneciente a la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales.
[3] Organismo rector de las cuestiones de agua en México.
[4] Rafael Baraona, geógrafo, antropólogo, poeta. Participó en la experiencia del Proderith.
[5] Algunas de ella: el concepto de Red; la utilización de Unidades Educativas Audiovisuales; el Plan Local de Desarrollo; para una revisión más a fondo se recomienda consultar el artículo: “Comunicación para el desarrollo en México: reflexiones sobre una experiencia en el trópico húmedo”, de Murillo y Martínez, citado en la bibliografía.
[6] Como ha mencionado André Gorz: “Lo que se ha llamado Sociedad del Conocimiento Actual, no es sino un capitalismo del conocimiento, es decir, el conocimiento como propiedad privada de empresas o grupos de expertos o académicos como si fuera capital material”.
Tomado de: "Comunicación para la agricultura familiar y el desarrollo rural en América Latina, 2017"